viernes, 22 de julio de 2011

Denuncia padre del pastorcito presión del Ejército para que grabe ‘agradecimiento’

En medio de la angustia, de la interminable espera en la sala del hospital, convive la fe de la familia Zamora Barragán con la visita de reporteros que buscan datos sobre la salud del niño Osvaldo, amputado de pierna y brazo por el estallido de un artefacto; funcionarios del gobierno que pretenden la foto o llevan la genuina intención de ayudar, y hasta militares que vienen con “una disculpa”.

Estos últimos, según denunció Bernardo Zamora Aguilar, padre del menor de 11 años, lo visitaron la tarde de este jueves en el Hospital para el Niño Poblano (HNP), para, con “una disculpa”, solicitarle que videograbara un agradecimiento al Ejército Mexicano por la “ayuda” prestada a su hijo, que exonere a los efectivos de cualquier responsabilidad.

La situación generó indignación en la tía del menor, Amparo Barragán Soperanez, quien acompañó a Osvaldo en su traslado de casi seis horas desde su comunidad al nosocomio de la ciudad de Puebla, pues ella es contundente: “el culpable fue el Ejército…”.

Y va más allá, asegura que el tortuoso y pausado viaje para que atendieran a su sobrino obedece a que “querían que se muriera en el camino”.

Agradecimiento al Ejército

La tarde de este jueves, “unos soldados” llegaron hasta la sala aledaña a Terapia Intensiva, con equipo de vídeo y le pidieron al padre que grabara un agradecimiento al Ejército Mexicano por la “atención y ayuda” prestada a Osvaldo. Sin embargo, Bernardo, de 40 años, un hombre tímido que por momentos no encuentra las palabras para describir lo que siente, simplemente se negó.

En cambio, él y su familia demandan a Margarita Zavala, esposa del habitante de Los Pinos, Felipe Calderón, que les entregue por escrito el ofrecimiento que les hizo de becas, apoyo médico y trabajo, en una visita la tarde de este jueves.

“Me siento mal; necesito pensar, me preocupa que no me den lo que me prometieron”, dice a dos reporteros en ese lugar en donde 15 integrantes de su familia hacen guardia a la espera de más noticias sobre la salud de Osvaldo, quien el martes pasado sufrió la explosión presumiblemente de una “granada olvidada por militares” en los campos de prácticas de la zona de Petlalcingo, Puebla, cercanos a la comunidad de El Ídolo, una población de apenas unos 500 habitantes, de donde son originarios.

Los campos de entrenamiento

“Ellos fueron, ellos fueron. Fue el Ejército, fue el Ejército quien dejó eso (presuntamente una granada) y lo voy a decir mil veces, no queremos que esto se quede impune”, asegura Amparo, su tía, de inmediato, apenas comienza la charla.

Para ella, el pequeño de 11 años es como un hijo, “una parte mía”, pues viven en el mismo domicilio. De ahí que las lágrimas la traicionen de repente y deje ver su animadversión a los militares.

Desde abril de este año, en que se apostaron en las inmediaciones de El Ídolo y Petlalcingo, recuerda Amparo, no han implementado medidas de seguridad, sus campos no están cercados y eso representa un peligro para los niños y jóvenes, que, como su sobrino, pastorean en la zona.

Ahí, Oswaldo solía llevar a su pequeño rebaño de ocho cabezas: dos borregos, tres chivos machos y tres chivas.

Esa cotidianidad se tornó funesta este martes, cuando pasado el mediodía “tropezó” Osvaldo con el artefacto que le causó graves heridas que le generaron la pérdida de casi toda la sangre y la amputación de dos miembros.

“Lo único que él gritaba era ‘la pisé, la pisé’… Y de ahí los militares llegaron porque les fueron a informar… pastorcitos que andaban también cuidando… A nosotros en ningún momento nos van a informar del incidente, nos enteramos de una vecina”, dice Amparo con la voz entrecortada, con pausas para respirar, para contener el llanto.

“Fueron ellos”

Amparo además asegura que hubo dolo en el traslado que los efectivos hicieron de su sobrino, desde la zona de Petlalcingo hasta la ciudad de Puebla (184.5 kilómetros), en donde negaron la utilización de un helicóptero y tuvieron que hacer un cambio del vehículo militar a una ambulancia en Izúcar de Matamoros, en donde por fin el viaje se tornó rápido.

“Nosotros deducimos que, por el tiempo que ellos se hicieron, lo que querían era que mi sobrino falleciera”en el traslado, dice en entrevista con Periódico Digital sin cortapisas sobre los militares que intervinieron y que nunca se identificaron.

“Se hicieron mucho tiempo, la carretera estaba para más. Llegaron a Petlalcingo a sabiendas de que es una clínica que solo proporciona medicamentos para heridas muy leves… Ahí hicieron tiempo. Viendo la magnitud del problema era para trasladarlo inmediatamente a Acatlán (de Osorio, cabecera del siguiente municipio, más grande y tan solo a 30 minutos).

Pero Amparo Barragán Soperanez va más allá. Esta maestra de preescolar considera que los militares que trasladaron a su sobrino fueron indolentes:

“Uno de mis cuñados venía atrás (del vehículo militar), y venía a una velocidad de 80 (kilómetros por hora)…”

- ¿Era un convoy militar o solo un vehículo?

- Uno.

Amparo, molesta, reprocha que los militares nunca se identificaron y que además, al llegar ya a Acatlán, una vez que Osvaldo no pudo ser atendido en Petlalcingo, de nuevo hicieron tiempo y se negaron a buscar un helicóptero que auxiliara a su traslado a la capital poblana, lo que considera tuvo como facturas que no se le pudieran salvar las extremidades amputadas y que casi se desangrara completamente.

“Cuando llegamos a Acatlán les pedimos que nos proporcionaran un helicóptero porque mi sobrino estaba perdiendo la totalidad de la sangre. Ellos se negaron, ellos decía que no tenían esos medios”.

Le encanta el fútbol

El padre, Bernardo Zamora, está desconcertado desde que llegó este miércoles del estado de Nueva York (EE. UU.), en donde trabajaba ilegalmente como campesino, y de dónde no había vuelto hacía cuatro años.

Su esposa, Paula, de apenas 38 años, va y viene entre la tristeza, la ansiedad y la esperanza. Sonríe tímida ante las preguntas.

Hasta la conversación con Periódico Digital, ni enterada estaba de que, horas antes, había recibido la visita de Margarita Zavala, la esposa del habitante de Los Pinos. “Ah, era la alta”, dijo cuando se le hizo notar quiénes habían sido quienes la visitaron.

A Paula se le ilumina el rostro cuando recuerda que a Osvaldo le encanta, “le encantaba” -corrige su otro hijo, Fernando, de 13 años- el fútbol; que disfruta de hacer girar el trompo; que pasa horas largas jugando a la pelota con Terry, su perro; que es muy solicitado por las niñas de su edad, que le coquetean en la primaria.

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